El poder, las trampas... y el
cementerio nuclear
El poder de
la empresa Berkeley Minera España es tan grande que puede conseguir los
informes más favorables, incluso perfumados y adornados con flores; lo que sea,
con tal de tapar los cadáveres de los cientos de aves, peces y otros seres
vivos, entre los que hay que contar los miles de robles, alcornoques y encinas
(¡centenarias, milenarias... sí, milenarias!) que piensa arrancar. Ni una nota
discordante, ni una mala palabra, ni un exabrupto en el comportamiento
exquisito que Berkeley Minera.
Estas
empresas, que viven de los truhanes y jugadores de bolsa, cepillan su traje
cada mañana para que ni una mota de polvo o una arruga mal puesta pueda dar la
impresión de que están en decadencia o han perdido brío. Como el camaleón,
concentran su esfuerzo en pasar desapercibidas; hasta que la presa incauta cree
en su buena fe y ¡zas!, ¡zas! se la comen. Así le sucederá a los habitantes y
tierras de Retortillo, Villavieja de Yeltes, Villares de Yeltes, Boada,
etcétera, pueblos que viven “encantados” con los cantos de sirena con los que
todos los días les arrulla la minera australiana. Que si va haber empleo... Que
si habrá más riqueza... Que si le dan dinero para que arreglen sus calles...
Pero un día despertarán estas buenas gentes y sólo verán a su alrededor
desolación y abandono porque los accionistas de la mina habrán cogido ya su
botín y salido corriendo, dejándoles con la mierda.
Pero
volvamos a la idea inicial de este artículo. Si usted lee la literatura (que es
pública) que ha presentado Berkeley Minera España para conseguir poner en
marcha su proyecto minero de Santidad-Retortillo, no podrá objetar ni una coma.
¡Su relato es perfecto! Nada escapará a su control, dicen sus directivos;
incluso piensan hacer, sonríen éstos, más esfuerzos por preservar el entorno
que previamente van a destruir, que aquellos que les exige la normativa
europea. Algo así como que las encinas de 800 años que arranquen, por arte de
magia, volverán a florecer. O que el río Yeltes, que con toda seguridad envenenarán,
se llenará de la noche a la mañana, otra vez, de peces hermosos y hasta de
sirenas. Así son de optimistas en Berkeley. Son tan sutiles —es decir, tienen
tanto dinero— que hasta la misma Junta de Castilla y León (y sobre todo, los
que en ella mandan o los que por ella merodean) —que huelen el dinero como
nadie— no ha dudado, tras leer la documentación aportada por Berkely, en
concederle el plácet. Así, sin ningún rubor, la Administración
castellano-leonesa ha declarado “impacto ambiental favorable” a la futura
actividad minera que piensa poner en marcha Berkeley, si la Unión Europea no lo
remedia.
¡Santo
Cielo! ¿Cómo puede entenderse esto? ¿Cómo puede quedarse tranquila la sociedad,
las gentes de buena fe, los ecologistas... partidos políticos como el PSOE,
Izquierda Unida... cuando lo que va a ocurrir es un cataclismo ecológico,
medioambiental y quién sabe si humanitario? La mina acabará con el ecosistema
protegido por varias directivas europeas, con un balneario que es casi un
hospital para esos miles de personas que lo visitan cada año, con la ganadería
de la zona, que será puesta en cuarentena; acabará con aves y peces y, quién
sabe si, a la larga, también con la vida de muchas de las personas que habitan
en esa región fronteriza entre España y Portugal...
Más hete
aquí que acaba de producirse un milagro. ¡Milagro! Bueno, milagro no, porque
éstos no existen. Pero sí un hecho singular que puede ser muy importante para
el devenir de este proyecto minero. El Consejo de Seguridad Nuclear, que no puede
permitirse andar con paños calientes ni ambigüedades después de lo sucedido en
Chernóbil y en Fukushima, le acaba de decir al poder de Berkeley Minera, que su
literatura está muy bien, incluso es bonita, pero que no cuela. Que los muchos
residuos —¡millones de kilos de residuos!— son radioactivos y no pueden echarse
sin más, como pretendía Berkeley, en el hueco que vaya quedando libre tras
extraer el uranio. Y por que son muy educados en el CSN, y sólo les dicen que
el proyecto tiene “carencias significativas”, que si fueran tramposos como es
Berkeley, le dirían a la cara que “están obrando de mala fe”, y que sus
informes, o sea, la litera que presentan, son “una chapuza”.
Una chapuza
interesada, claro, porque lo que Berkerley defiende es que los residuos de la
explotación minera son “naturales” y que su manipulación ni quita ni pone
peligro ni radioactividad a la que ya existe “en el ambiente” de la zona. Pero
el CSN, que como decimos, tiene que tener mucho cuidado con lo que hace y dice,
por lo que pudiera ocurrir en el futuro, les insiste en que menos lobos
Caperucita y que los residuos son
residuos radioactivos y que como tales deben tratarlos.
¿Esto que
significa? Desde el punto de vista de la empresa minera, entendemos que poca
cosa. Si acaso una chinita más en su camino que se quitarán de un puntapié.
Para ellos no es más que un pequeño contratiempo que subsanarán adecuadamente
con un nuevo informe en el que indicarán con pelos y señales cómo van a tratar
esos residuos para que nada quede sujeto al azar ni se corran riesgos. Para eso
tienen el dinero y el poder; para hacer los informes a favor que necesiten.
Pero desde
el punto de vista de la opinión pública, lo que acaba de señalar el CSN es muy,
muy importante. Porque es reconocer públicamente que no se está hablando de una
mina cualquiera sino de una mina que la manipulación del material que genera es
sumamente peligrosa y por tanto todo el proceso, incluido el almacenamiento de
residuos, exige la máxima seguridad y
medidas excepcionales de almacenamiento. Es decir, y dicho de forma clara y
rotunda: cuando dentro de diez años la empresa minera se vaya, en Retortillo
quedará un cementerio nuclear con radioactividad para más de mil años.
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